"Los tres al rescate", por Jesús González Estévez
Los/as participantes del taller de literatura creativa de Luca de Tena, han recopilado sus escritos en un libro que les gustaría compartir con todos/as nosotros/as. Cada semana, se publicarán sus escritos en nuestro blog, para compartir reflexiones y entretenimiento. Esperamos que os guste.
"Erase una vez, en un pequeño
pueblo, un niño llamado Juan que
vivía con sus papás, la hermana
menor Helena y Valentín, el
hermano mayor. A Juan le
encantaba volar cometas, pero
resultó que una tarde mientras jugaba, un gran
golpe de aire le arrastró hacia el cielo colgado de una
de ellas.
A los gritos del padre pronto
acudieron la madre y Valentín. La situación puso a los
padres muy nerviosos y les
causó gran preocupación, pero
al ver a su hermano
sobrevolando los árboles,
Valentín muy valiente, les
tranquilizó diciéndoles que no
se preocuparan, que él con la ayuda de sus amigos
Pepe y Ramiro, traería a Juan,
sano y salvo de vuelta a casa.
Dicho lo cual partió raudo a
buscar a sus vecinos y colegas. Una vez juntos, sus cabezas
no dejaron de producir ideas,
muchas de las cuales fueron
desechad
as por
imposible
s o por
falta de medios.
No tenían tiempo de
construir una escalera que
llegara hasta el cielo por la que pudiera bajar Juan. Tampoco disponían de un globo como el que
aparecía en aquel libro que los reyes le habían traído
a Ramiro, y para utilizar una
nave espacial, había que ir a
comprarla demasiado lejos.
Pero al cabo de un rato Pepe
comenzó a decir que sí, que era
verdad, que no tenían un globo como el del libro,
pero que, a lo mejor, si inflaban todos los que habían
comprado en las fiestas de aquel verano, los cosían
fuertemente a la chaqueta de Valentín, con su ayuda
y la de sus tres cometas, Valentín podría navegar
por aquellos cielos hasta encontrar a Juan. A falta de otra idea mejor, los tres se pusieron
manos a la obra. Con las bombas de sus bicicletas
inflaron todos los globos que pudieron encontrar.
Marta, la hermana mayor de Ramiro les ayudó a
coserlos al chaquetón de invierno de Valentín, que,
de acuerdo a lo planeado con la ayuda de las tres
cometas, no tardó en elevarse por encima de las
casas del pueblo en busca de su hermano, mientras,
Pepe y Ramiro iban soltando cuerda, temerosos de
que se terminase antes de que Valentín pudiera
encontrar a Juan. Los padres de los dos hermanos no lo podían creer,
cuando vieron a su segundo hijo desaparecer entre
las nubes camino de lo desconocido.
Ahora ya no tenían solo un hijo
en el aire, si no que tenían dos,
para evitar tener tres, la madre
cogió de la mano fuertemente a la
pequeña Helena, con lo decidida
que era no dudaría de unirse a sus
hermanos a la primera
oportunidad para ayudarlos.
Pepe y Ramiro no fueron de gran ayuda cuando se unieron a ellos diciendo que se
les habían terminado las cuerdas de las cometas, y
que Valentín navegaba por los cielos libremente en
busca de Juan, pero que no se preocuparan porque
los dos hermanos pronto estarían de vuelta.
La situación en tierra terminó de empeorar
definitivamente, cuando Pepe y Ramiro forcejeando
por quién debería hacer el seguimiento visual de los
náufragos estelares, con el catalejo que a que a Juan
le había comprado en la feria su abuelo, lo
rompieron perdiendo con ello todo contacto visual
con el rescatador espacial y con su futuro rescatado. Ignorante de cuanto había empeorado la situación
en tierra. Valentín
disfrutaba de lo lindo.
¡Qué bonito era todo visto
desde allí arriba!
Árboles, casas, ríos,
montañas, tractores.
Volar como los pájaros ¡qué maravilla!
Todo era mucho más pequeño, las vacas parecían
perros, los perros gatos, las personas enanitos y los
tractores hormigas. Pero la expectación no tardó en convertirse en
inquietud, allá en el horizonte, aparecía una gran
nube negra, en el interior de la cual era imposible
ver nada.
Ante el temor de que allí dentro
todo fueran rayos, truenos y
relámpagos, nuestro intrépido
astronauta comenzó a inquietarse
un poquito. Si volvía a casa sin
Juan, papá y mamá, aparte de
regañarle por ello, continuarían
estando muy tristes y preocupados. Lo desesperado
de la situación obligó a Valentín a agudizar el ingenio y la vista. No tardó en divisar a lo lejos una
luz muy brillante que aparecía y desaparecía. Al
principio no le prestó gran atención, pero a falta de
otros indicios se concentró en ella. ¿Se trataría de un
monstruo del espacio?, ¿sería un avión de aquellos
cuyas luces veían durante las noches?, pero, aunque
estaba lejos, era muy pequeño para ser un avión.
Se tranquilizo y controló sus temores, cuando se
convenció de que, en el espacio, y encima de su
pueblo, no podía haber monstruo alguno. De manera que eso tan pequeño solo podía ser su
hermano Juan haciendo señales con la linterna de
juguete.
Pero ahora el problema era como llegar a él. No
podía alcanzarle nadando en el espacio, entre otras
cosas porque él, no sabía
hacerlo, ni en el agua del rio.
El tiempo pasaba y el aire
les mantenía flotando sin que
ni se alejaran, ni se
aproximaran. Cuando de nuevo comenzaba a desesperar, la
situación vino a complicarse con un gran susto. Algo
comenzó a enrollársele en los pies, ¿sería un
tentáculo de un habitante siniestro de aquella
oscuridad que amenazaba con engullirlos a su
hermano y a él?
La incipiente preocupación
cesó cuando fue capaz de darse
cuenta de que aquello que le
sujetaba por los pies, no era
otra cosa que la cuerda de la
cometa con la que su hermano navegaba hacia el
interior de la tormenta. Ató la cuerda a su cinturón y una vez estuvo
seguro de que no volvería a perder a Juan, comenzó
más tranquilo a pensar en cómo resolver el problema
de acercarse a él. Su primer intento fue un exitoso
fracaso porque tirando de la cuerda solo conseguía
que las cometas navegaran en dirección a la nube
negra que tantos temores le suscitaba. La solución no
podía ser que los dos se perdieran en su interior, pero
si esa no lo era, ¿cuál sería? Hacía ya tiempo que notaba
que no tenía nada que le
uniera a tierra, de manera que
de allí no podía esperar ayuda
alguna.
¿Qué podría hacer para salir de aquella situación?
¡Anda! ¡Claro! ¡Sí! Lo había visto en aquella película
de la tele. ¡Tenía que soltar aire! Así, unos valientes
habían bajado el globo en plena tormenta.
¿Pero cómo? Tanto el chaquetón, como los
pantalones y todos sus bolsillos embolsaban mucho
aire, pero no podía tirarlos, se moriría de frio y menuda regañina cuando llegara a casa sin ellos. Si
se quitaba la chaqueta perdería los globos y se
caería.
¿Se caería? ¡Claro! Esa era la solución, pero,
¿cómo? Sin pensarlo dos veces, se sujetó firmemente a
las cuerdas de sus cometas y a la de su hermano,
sacó del bolsillo un soldadito de plástico y con su
espada pinchó el primer globo. ¡Vaya! parecía que
pudiera funcionar, había notado como un pequeño
descenso, no gran cosa, pero aún le quedaban unos
cuantos globos que pinchar. Cuando hubo repetido la operación algunas veces
más, la alegría inundó su cara. ¡Sí! estaba bajando y
su hermano le seguía. El problema ahora era que no
iban hacia el pueblo, pero desde abajo no tardarían
en darse cuenta de ello e irían a buscarlos allí donde
cayeran.
Una hora después, el tractor del padre de Pepe era
un nido de alegría, todos hablaban felices a la vez sin
escucharse los unos a los otros y se abrazaban
risueños a los dos primeros viajeros espaciales del
pueblo. El único que no parecía disfrutar tanto como
los demás era Juan, que protestaba con la boca
pequeña porque no le habían dejado llegar a la luna ¡Y mira que había estado cerca!
Y colorín
colorado este
cuento se ha
acabado".
Jesús González Estévez.
Madrid 3 de abril de 2020
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