viernes, 20 de noviembre de 2020

T. VOLUNTARI@s: literatura creativa

LITERATURA CREATIVA: LA ESPERA.                                             

 
El grupo de literatura creativa del Centro de Mayores Luca de Tena, nos ofrece hoy un nuevo escrito, en este caso, de la compañera Mª Luisa Simón. 



LA ESPERA

Habían empezado los bombardeos, mis hermanas y yo nos acurrucábamos a las faldas de mi madre, todas temblábamos. Yo era la mediana y la encargada de cruzar la calle todos los días para ir a la vaquería, mi madre confiaba que todo iba a salir bien y que pronto acabaría la guerra.
Ese día el ruido y las ráfagas de luz no paraban, ya empezaba a anochecer y en un silencio que duraba varios minutos salí corriendo, crucé la calle y al verme Màximo, el lechero, me dijo "Que valiente Rosa, esto merece que te regale la leche".
Volví a casa tan contenta para dar la noticia a mi madre del regalo que había recibido, sin darme cuenta que me había jugado la vida y ninguna recompensa valía tanto.
La vida se desarrollaba con la vecindad. Por el patio interior se oía cantar a las mujeres cuando tendían la ropa y se contaban de una ventana a otra lo que les había pasado ayer o lo que iban a hacer hoy. En el piso de arriba de casa vivía un sacristán con su familia que ahora protegían y cuidaba a un sacerdote enfermo de los pulmones, que no se atrevía a salir a la calle y los vecinos colaboraban para su mantenimiento.
Cerca de Hortaleza, donde vivíamos, estaba la calle de la Ballesta en la que, incluso en los peores momentos, Carmela, otra vecina, seguía ejerciendo como prostituta prefiriendo el riesgo de un tiro a morir de hambre junto a sus tres hijos pequeños.
Mi madre cosía en casa desde que murió mi padre, Enriqueta, mi hermana mayor se encargaba de llevar las prendas acabadas a casa de las clientas y con el pago que recibía compraba lo poco que se podía y pagaba cuentas pendientes en la farmacia de la que no podíamos prescindir para combatir el raquitismo de mi pequeña hermana Pilar. Todos los días al acostarnos mi madre nos leía poesías o nos contaba historias fantásticas hasta que nos dormíamos, era un buen método para tener felices sueños.
Parecían todos los días iguales, pero las malas noticias que llegaban continuamente los hacían distintos. Hoy habían asesinado al quiosquero y se habían llevado al dueño del bar de enfrente, incluso a un vagabundo que parecía inofensivo. Ya sabíamos que no volveríamos a verles.
Los niños seguíamos juntándonos a jugar en la escalera del edificio, ajenos a la  tragedia que se cernía sobre nuestras cabezas. Jesús, el hijo de los vecinos, era de mi edad, me venía a buscar a casa todos los días con cualquier pretexto para estar a mi lado y yo todas las mañanas esperaba en silencio que el timbre sonase.


                                                Mª Luisa Simón - Noviembre de 2020


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